"La locura y el horror me han obsesionado durante toda mi vida, los libros que he escrito no hablan de otras cosas", afirmaba Emmanuel Carrére el año pasado con motivo de la aparición de Una novela rusa. Ya en el bigote, Marc, el protagonista, cría volverse loco por un problema de indentidad; un buen día, decide afeitarse el bigote y cuando se presenta ante su mujer y sus amigos, éstos no sólo lo tratan con normalidad, sino que niegan que nunca lo haya tenido, arrojándolo a un estado de desconcierto y luego de paranoia. En este caso, Carrére, planteaba un especie de terror átono, psicológico, del hombre ante el mundoy ante una repentina e insoportable soledad. Carrére porfundiza sobre ello en El aniversario, donde parte de la historia de un asesino con el que se entrevistó después de un largo trabajo de investigación y de seguir el juicio acreditado como periodista. Un trabajo próximo a A sangre fría de Truman Capote, cuenta la historia de Jean-Claude Romand, que durante 20 años engañó a su familia fingiendo ser un insigne doctor y que acabó asesinándola al completo cuando su farsa estaba a punto de venirse abajo. En este caso, Carrére vuelve a tratar la soledad como patología. Pero aquí, en este horror espiritual, a esta confrontación del hombre con un mundo que le pone el listón demasiado alto, se añade la locura y el terror físico, tangible, de un asesinato múltiple ejecutado con alevosía.
En Una novela rusa, recupera muchos de estos elementos. El más relevante a partir de una historia real, que en este caso no es una sino tres. El más definitorio de su estilo, como él mismo apuntaba: volver la mirada al horror, a la locura, al solipsismo. La trama arranca con la historia de András Toma. A finales de la Segunda Guerra Mundial, este húngaro fue hecho prisionero y posteriormente transferido a un hospital psiquiátrico ruso del que no saldría hasta más de 50 años después. La prensa lo bautizó como el último prisionero de la Segunda Guerra Mundial.
Emmanuel Carrére, que en esta ocasión, además de ser el autor es el narrador y protagonista de la novela, tendrá que desplazarse hasta Kotelnitch, un pueblo ruso donde hay un psiquiátrico, para realizar un reportaje para la televisión. Muy pronto, a esta investigación se une una segunda en la que el autor tratará de desactivar un fastasma que, en forma de silencio y veguenza, pesa sobre su familia desde hace medio siglo: el de su abuelo Georges Zourabichvli, un emigrado ruso que desapareció tras la liberación de la Francia de Vichy sin dejar ni rastro. Finalmente, a estas dos historias en las que se mezclan los géneros del reportaje, el relato biográfico y la escritura de ficción, se añade una tercera, que de nuevo maneja elementos reales.
Para adentrarnos en ella, tenemos que salir primero de la novela y situarnos en el momento en que, hace unos años, el periódico Le MOnde le encargó un relato para un cuaderno de verano. Carrére escribió un cuento pornográfico en forma de instrucciones dirigido a una mujer que viaja en un tren. La mujer era Sophie, la novia del escritor que el mismo día de la publicación tenía que estar a bordo del tren que se refiere el relato y seguir punto por punto sus instrucciones. Lo que hace Una novela rusa es introducir este relato en la trama de la novela, desvelando hasta qué punto funcionó su experimento con el timepo, y desarrollando las consecuencias que tugo el texto en su relación con Sophie. Lo que consigue es plantear una radiografía nda complaciente sobre la condición de escritor y el proceso de escritura, un tema que Carrére trata con crudeza y sinceridad, quedando incómodamente expuesto en muchas ocasiones. Una postura valiente....